Juventudes encontradas

lunes, septiembre 13


¿ Quién recuerda –hoy- a los llamados “títeres de la calle”? Ya no hay “calle”, para empezar (nadie camina por sus aceras, por lo menos). Han desaparecido también aquellas bandadas de muchachones enclavados entre la niñez y la adolescencia que, con tiempo abundante que matar, lo hacían con maldades que hoy parecerían juegos de niños. Sustituida esa categoría por grupos mucho más invisibles y siniestros, también han desaparecido las pandillitas de muchachos en los barrios (quedan pocos ‘barrios’ cohesivos): grupos de vecinos jóvenes y cómplices que se mantenían juntos como manera de darse ánimos para sobrevivir la difícil coyuntura del crecimiento y el ingreso en el mundo adulto.Pero si bien tales categorías han desaparecido del panorama puertorriqueño, no es así en la República Dominicana, a juzgar por "Palomos", de Pedro Antonio Valdez (Santillana, 2009), una novela cautivante, que ofrece una visión extraordinaria de un grupo de “palomos” (dominicanismo que significa ‘muchachones’), siguiéndolos a lo largo de varios meses de sus desocupadas vidas.

El hilo conductor del relato, lo que sienta el tono retador y estridente, cónsono con el tema del mundo autocontenido de la juventud, es la letra de varios raps que sugieren la música insistente del reguetón. Son letras –todas- provocadoras, piedra de escándalo para los adultos convencionales. Cada capítulo se inicia con la cita de algún músico o intérprete como Daddy Yankee – “¿Estamos fumando vida o estamos fumando muerte?”; Vico C – “No hagas alianza con el dolor”; Tego Calderón – “Tu ética no es mi ética”. Y se intercalan también, en el texto, alusiones a la música que provee un horizonte referencial para los jóvenes, los inspira y les estructura las mentes. Algunas referencias son de la música norteamericana más popular, pero muchas son de raperos y reguetoneros boricuas. Una admiración implícita por ellos recorre la novela, cuya acción gira en torno de unos ocho muchachones de una ciudad que es, presumiblemente, La Vega en la República Dominicana.

Todos son de edad de escuela secundaria. El narrador se ha dado a sí el nombre de MC Yo. A diferencia de casi todos los demás, es un hijo de familia, cuidado e inteligente, alumno de un colegio privado, que ha sucumbido al hechizo de Lacacho. Éste es el líder indiscutido del grupo: díscolo, no tiene controles familiares y sociales y no va a la escuela. Su pasión rebelde es tan intensa, sin embargo, que es él quien instiga las pequeñas fechorías del grupo y quien lo va estimulando a llevar a cabo otras mayores. Los restantes miembros, ‘el Aborto’, ‘Padrax en polvo’, ‘MacGylver’, ‘Chupi-Chupi’, ‘el Menor’ y ‘el Licenciado’ ocupan diferentes lugares intermedios entre la cuasi-delincuencia de Lacacho y la vida hasta entonces ordenada de MC Yo, siendo Américo (“el Aborto”) el más parecido en términos de una familia estable y organizada.

También aparece un muchacho innombrado (el número #15 en la nomenclatura escolar), que actúa aparentemente por su cuenta pero cuya influencia llega a ser aún más siniestra que la del grupo de palomos. En su filiación con personas que ostentan altos cargos gubernamentales está representada la intromisión nefasta de la política corrupta en todas las esferas de la vida, proveyendo un contrapunto mordaz al afán patrio de las autoridades escolares.

Vemos la acción a través de los ojos del narrador, que va desarrollando un espíritu combativo hacia el mundo que lo rodea, especialmente las autoridades escolares, a quienes caracteriza despiadadamente. De la sicóloga a la que lo han enviado por haber sustituido, durante una asamblea general escolar, la letra del Himno Nacional por un disco del dúo Guanábanas que resonó sorpresivamente entre el estudiantado (su letra empieza: “P’al carajo la mente sana, yo lo que quiero es mariguana…”) dice, por ejemplo: “Esta licenciada está muy pasada en la vida. O sea, es aérea, con los pies en las nubes, no entiende ni un coño esta vaina de estar vivos. Anda pasada como con setenta y cinco libras, muy por encima del peso justo que se requiere para boxear en este cuadrilátero del mundo…. La intensidad de su mirada me recuerda las víboras de Animal Planet…”.

La fechoría le acarrea a MC Yo consecuencias funestas en su casa y en el colegio, todo lo cual cuenta y comenta con una fuerza que le da una cualidad muy auténtica y vivaz al relato. No es, sin embargo, del todo confiable este narrador. Hay referencias ocasionales a la figura de la madre, siempre comprensiva, y a su habilidad como escritora. Ciertos pasajes parecen delatar una conciencia textual superior a la que podría tener el muchacho, especialmente la descripción de una visita a la morgue para ver un cadáver. Allí una elipsis se convierte en un juego con el lector, a quien se deja en suspenso por unos instantes sólo para retomar luego la descripción. Otros pasajes se refieren a la posible intervención directa de la madre en la escritura del hijo: “…no importa cuando en mi ausencia, madre, te metes a la computadora a poner comas, acentos y rehacer oraciones en lo que he escrito. ¿Te sorprendí, madre? ¡Prrraaa! Pero lo que importa no es quién escribe, sino lo que está escrito”.

Ese leve desenfoque en lo que se refiere al origen de la voz autorial no hace sino acrecentar más el interés de la novela. Las caracterizaciones, por otra parte, son muy certeras. El narrador nos da una medida colmada de la mente adolescente, con sus problemáticas relaciones con los mayores, los coetáneos y los menores; de su deseo de buscar un centro emocional propio y de su incipiente voluntad creativa. A través de los comentarios que el narrador deja caer como al azar se van perfilando los otros personajes, especialmente Lacacho, el líder, cuyas carencias va intuyendo MC Yo paulatinamente, mientras pasa de la fascinación al desengaño, y Américo, ‘el Aborto’, que paga caro sus coqueteos con la pandilla.

“Palomos” es una excelente novela, llena de humor, emoción y vitalidad. Es un logro más para el novelista de La Vega, Pedro Antonio Valdez, cuyas narraciones anteriores, “Bachata del ángel caído” y “Narraciones apócrifas” (premio Pen Club en Puerto Rico) han captado la atención del público lector. Su novela “Carnaval de Sodoma” fue llevada al cine por el realizador mexicano Arturo Ripstein.

Por Carmen Dolores Hernández
f/elnuevodia.com

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