por Sergio Reyes II.
Asomándose a la vera de una calcinante carretera que se abre paso a fuerza de heroísmo por en medio de un agreste terreno poblado de guazábaras, cayucos y cenagales salitrosos, en una cruz de caminos de repente se descubre al transeúnte un poblado cuya historia marcha pareja con la de las múltiples rutas a donde conduce y empalma,
Parecería que los arcanos del destino hubiesen dispuesto que allí la ‘Rosa de Los Vientos’ decretase un receso en el recorrido, una parada obligatoria, a veces para orientarse, talvez para ‘coger un respiro’ o para estirar las piernas; pero lo cierto es que todo el que por allí transita, por una u otra razón hace un alto en el camino, aún sea por un breve instante.
Y en tratándose de viajeros, no es de dudar que, tan pronto entra en suspenso el acelerador, con la decidida acción del freno y el suave deslizamiento del vehículo para quedar colocado en posición estratégica en la estación gasolinera o mejor aún, frente a alguna cafetería o ‘fritanga’ de la localidad, de inmediato, como por encanto, comienzan a hacer su efecto los ‘antojos’, los apetitos, los caprichitos,… y la curiosidad en algunos por echar un vistazo a los alrededores.
Y ya estamos atrapados en el hechizo de este singular poblado.
Rasgando el infinito, por cualquiera de los cuatro puntos cardinales en que los avatares de la vida diaria nos conduzcan, no podemos negar que tras el solitario recorrido por los insufribles cayucales de la ‘recta’ de Monte Cristi, con un invariable paisaje de espinas y sal, el arribo hasta Copey es algo más que un respiro: es como llegar al cielo!!
Igual sucede si la llegada se produce por la vía de Las Matas de Santa Cruz o desde la costeña población turística y portuaria de Manzanillo.
Toda mi vida –y lo expreso literalmente- ha estado ligada a ese insoslayable recorrido, con las esporádicas excepciones, cuando el desplazamiento hacia el terruño de Dajabón o ‘Loma’ se ha producido por la vía de Santiago Rodríguez –por dentro-, o llegando desde el sur, por la Carretera Internacional.
De pequeño, me maravillaba por la manera atenta y hospitalaria con que los lugareños atendían las continuas solicitudes de mi abuela, en procura de agua, para calmar la sed, o solución a urgencias fisiológicas para sí o alguno de los incontables nietos –como yo- con los que siempre andaba a cuestas por estos lares, en viajes de asuntos familiares.
Como todos los pueblos sembrados a la vera de las rutas de desplazamiento, a Copey le tocó la enjundiosa encomienda de hacer de ‘Buen Samaritano’, y más en los casos en que, algunos viajeros llegan hasta la encrucijada en un vehículo para continuar la ruta en otro medio de transporte, luego de esperar en el lugar, en ocasiones, por largo tiempo.
Y en honor a la verdad, debo decir que los laboriosos y emprendedores habitantes del humilde caserío han sabido cumplir ese papel con suficiente gentileza y cortesía, aún dentro de sus naturales carencias y limitaciones.
Quizás heredaron la cualidad principal del Copey -árbol que da su nombre al poblado y cuya resina pega y unifica las cosas- y a ello se deben las grandes dotes de unión, armonía y espíritu gregario, que caracteriza a sus gentes.
Con el constante ir y venir, un aspecto de la población despertó sobremanera mi atención, quedando profundamente fascinado hasta extremos de obsesión: Un viejo templo católico, cuyos delicados trazos no habían sido borrados por el implacable peso de los años o la incuria y dejadez de los responsables directos, sostenido apenas por un hálito de dignidad y bravura –como liniero al fin-, se negaba a dejarse vencer; y haciendo mutis del previsible desplome, se mantenía irradiando luz y esperanza entre viajeros y lugareños, desde la mansedumbre representada en el leño cruzado que nos legó el Mesías, y un poco de alegría para el espíritu, a través del tañido que esporádicamente exhalaba su derruído campanario.
Tal si fuese un doloroso vía crucis, con cierta dosis de comprensible morbo humano, ante cada cruce o parada en Copey, los pasos o las miradas nos conducían instintivamente hasta la endeble silueta del campanario, que ya se avistaba desde lejos, por encima de las copas de los árboles de xerófila vegetación, con la angustia de saber que por el derrotero que llevaba la estructura de la ermita, quizás en el próximo viaje ya no la veríamos más, y tendríamos que apelar apenas a los recuerdos para evocar aquella pintoresca construcción, mas vieja que nuestra existencia.
Todo daba a entender que entre las autoridades eclesiásticas, funcionarios municipales o autoridades oficiales se había producido un ‘acto de renunciación’ al deber de asumir las gestiones en pro de la restauración del templo, para devolverle el brillo y la dignidad que ostentó desde su erección allá por los años 1925-1926, por cuenta de la Familia Socías, emprendedores comerciantes de la región, establecidos en Copey y dedicados al negocio de exportación de madera de Campeche, Mangle y otros árboles empleados en Europa y Estados Unidos para la elaboración de tintes vegetales.
O quizás, por lo bajo, se había elegido la opción de esperar el desplome o proceder a la demolición, para entonces erigir una nueva estructura, con ‘aires modernos’, mas acorde con la mentalidad y los gustos de quienes tenían la facultad para decidir el asunto?
Sea cual fuese el caso, la verdad monda y lironda es que la simbólica ermita de Copey, con todo y su valioso destello de arquitectura victoriana, se estaba cayendo a pedazos, a la vista de todos, sin que nadie hiciera ningún esfuerzo por evitarlo.
Conscientes de que podría sobrevenir lo irremediable si no se emprendía alguna gestión decisiva para rescatar la edificación, algunos sectores de opinión ligados al movimiento cultural de la provincia Monte Cristi y la línea noroeste, comenzaron a impulsar la idea de reparar o restaurar una serie de construcciones antiguas de profundo significado histórico y en iguales condiciones de deterioro, ubicadas en diferentes poblaciones de la región. En el caso del templo de Copey se esbozó la posibilidad de asumir la tarea de su restauración en el orden de Patrimonio Cultural e Histórico, al margen del aspecto meramente religioso.
Estos conceptos comenzaron a definirse a partir de la celebración del ‘Encuentro Cultural de la Región Noroeste’, efectuado en la ciudad de Monte Cristi, del 21 al 23 de Noviembre de 1997 convocado por el Consejo Presidencial de Cultura, entidad que más adelante daría paso a la creación de la Secretaria de Estado de Cultura.
Acorde con ello, la restauración en cuestión fue consignada en las resoluciones finales del evento y más adelante sería incluida dentro del llamado Plan Decenal 2003-2012, del recién creado Ministerio cultural.
Desde antes de estas fechas, algunas personalidades habían iniciado gestiones por cuenta propia, para motorizar las necesarias reparaciones que demandaba con urgencia la añeja estructura. De manera concreta quiero resaltar los ingentes esfuerzos desplegados por los profesionales de la arquitectura Tobías Rijo y José R. Helena, autores del trabajo “La Iglesia de Copey, estructura digna de ser conservada”, publicado en la revista Arquitexto # 15, Agosto 1996, pag. 38, así como las recomendaciones referidas al tesoro arquitectónico de la Provincia Monte Cristi, vertidas por el arquitecto Eugenio Pérez Montas en el escrito “Los Paradigmas de la nacionalidad. Arquitectura y desarrollo económico republicanos 1844-1930”, pág. 187.
En años recientes el local de la ermita, el entorno de esta y algunos sectores de la localidad de Copey fueron usados como el escenario apropiado para algunas de las escenas de la película “Perico Ripiao”, exitoso aporte a la cinematografía dominicana, de corte social y humorístico, producido por el cineasta criollo Ángel Muñiz.
Durante el rodaje de la obra, los miembros del reparto tuvieron palabras de elogio para la añeja estructura, a la que llegaron a calificar como ‘reliquia arquitectónica’, al tiempo de mostrar su extrañeza y preocupación por el evidente descuido que aquejaba a una construcción de tan pintorescas cualidades.
Todo indica que el denominado Plan Decenal resultó ser demasiado ambicioso para las posibilidades reales de la gestión de autoridades que lo asumió en su primera etapa. En cierto modo, aquello no pasó de ser un cuatrienio de maquillaje y auto bombo, con simulacros de ‘mangas de camisa’ en el que –en la práctica- la verdadera gestión ‘cultural’ parecía provenir, principalmente, de los fulgurazos histriónicos al más alto nivel estatal, maximizados hábilmente por la prensa, para diversión del populacho y bochorno de los sectores ecuánimes y sensatos de la Nación, que hubieron de soportar aquella forma campechana de dirigir un país por alguien que, contrario a la usanza romana de los tiempos de los Césares, daba mucho de circo y poco de pan.
La deslucida y poco fructífera gestión ‘cultural’ pasó sin pena ni gloria, dejándonos el deplorable espectáculo de un montón de valiosos proyectos engavetados que solo sirvieron en su momento para apuntalar el prestigio intelectual de los incumbentes de la cartera y allanar, para el futuro, el sendero de proyectos y aspiraciones personales en donde no les sirviese de mucho el retintín de sus sonoros apellidos de abolengo.
Y nueva vez el desaliento y las miradas lánguidas a través de las ventanillas del vehiculo, al pasar de incógnito, por las mismas calles y la misma encrucijada de aquel pueblecito, atrapado en medio del camino, y con su campanario, todavía erguido.
… Con esos toques de dignidad que suelen acompañar a los nobles de espíritu, que nunca se dejan vencer por la adversidad.
( … )
El espíritu indoblegable de la ermita de Copey fue más consistente que mi fe.
No alcanzo a hilvanar las palabras para describir la majestuosidad y el brillo que despide la obra luego de los cuidadosos trabajos y la dedicación dispuestos por el profesional de la arquitectura que dirigió la ardua tarea de restauración, obra que, por encima de mezquinos regateos partidaristas, es antes que nada, una muestra de amor y apego a nuestros valores regionales.
Gracias a la facilitación de información actualizada sobre el tópico que nos ocupa y a la inestimable labor de recopilación de material gráfico y escrito encaminada por los amigos montecristeños Ramón Helena y Papomena, hoy podemos dar a conocer, por esta vía, un esbozo del impecable trabajo de recuperación de la estructura física de la iglesia así como del hermoseamiento y acondicionamiento del entorno de ésta, labor ejecutada en el periodo 2006- 2007, bajo la dirección del arquitecto montecristeño Roberto Fernández Betances, con fondos aportados por el Ayuntamiento de Pepillo Salcedo, Municipio al que está adscrito de manera directa el poblado de Copey.
Me place saber que en el remozado local funciona en el presente una Biblioteca Municipal, con personal y apoyo logístico cubiertos por el Municipio; además, sus salones sirven como hospitalarios anfitriones en la celebración de eventos sociales y comunitarios, reuniones de Juntas de vecinos y ONG’s, etc.
Se hace impostergable la creación de un banco de libros que pueda ser usado por la juventud estudiosa de la comunidad y alrededores y en esa labor no debemos dejar solos a los funcionarios edilicios. Por ello, sugiero que se encaminen las gestiones de captación de libros, revistas y material educativo, y desde ya me pongo a disposición en cualquier esfuerzo que sea necesario, además de tramitar mi aporte, que canalizaré en el menor plazo posible.
Con un poco de esfuerzo colectivo y en atención a sus nuevas funciones, el Centro Comunal puede constituirse en faro de luz que irradie cultura en toda la región, motive el interés por el estudio, la lectura e investigación y facilite los encuentros e intercambios de artistas e intelectuales de la región.
Pienso que la mejor forma de demostrar nuestro agradecimiento a todas las partes envueltas en la feliz conclusión de este atesorado sueño es motivar a todo aquel que pase por Copey, a detenerse unos instantes en la población, recorrer sus calles y visitar su restaurada capilla, que desde ya, debe de ser promovida como destino de interés turístico entre nacionales y extranjeros, mas aun tomando en cuenta que todo este entorno ya forma parte de la historia de la filmografía nacional, como señalamos anteriormente.
Estoy seguro de que, como yo, los visitantes quedarán gratamente complacidos y maravillados.
Ojalá que el logro de este anhelo signifique la reactivación de obras viales como la carretera Copey-Manzanillo y otras demandas comunitarias que vienen siendo reclamadas con urgencia desde hace cierto tiempo por la población. Ello ha de redundar positivamente en el desarrollo social y económico de la localidad contribuyendo a elevar la calidad de vida de sus habitantes.
Enhorabuena Copey; te felicito y me felicito!!
sergioreyII@hotmail.com
08/21/2009/ 11:00 a.m.; NYC
COPEY: La ‘Rosa de los Vientos’ de la Línea Noroeste.
viernes, agosto 21
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