Queremos ver a Jesús

viernes, octubre 8

Llegué a un territorio inmenso y superpoblado, adonde todavía no había llegado la Iglesia. Nadie sabía quién era Jesucristo, y me encontré a mí mismo solo entre miles de personas. No sabía por dónde comenzar. No había nada. Así que empecé a caminar. Caminé por el fango de las calles durante días. Me dejé ver y esperé a que la gente se preguntara quién era. Así comienza el testimonio de un sacerdote español destinado, durante decenas de años, a la República Dominicana. Su historia no es muy distinta de la de miles de misioneros que, un día, dejaron casa, familia y comodidades para vivir en territorios olvidados. Quienes han protagonizado esta realidad confiesan: Es una sensación de felicidad y plenitud que no se compara con todos los lujos que tenemos en la vida diaria.

El Cardenal argentino Estanislao Karlic, Arzobispo emérito de Paraná (Entre Ríos), reflexionó: La Iglesia ha hablado siempre del perdón y ha dicho que “una caridad que no perdona no es caridad en plenitud”. Asimismo señala que “lo mejor que puede ofrecer un misionero es su fe, su caridad y su esperanza. Por su fe, nos abre al misterio de Jesucristo; por su caridad, nos da su corazón y su compañía y, tal vez, alguna ayuda material; por su esperanza, nos ayuda a caminar y pensar en la vida eterna, porque no podemos dejar de hablar de la eternidad”.

“Queremos ver a Jesús” (Jn 12, 21) es la petición que, en el Evangelio de Juan, algunos griegos, llegados a Jerusalén para la peregrinación pascual, presentan al apóstol Felipe. La misma petición resuena también, en nuestro corazón, en este mes de octubre, que nos recuerda cómo el empeño y la tarea del anuncio evangélico le corresponde a la Iglesia entera, “misionera por su naturaleza” (Ad gentes, 2), y nos invita a hacernos promotores de la novedad de vida, hecha de relaciones auténticas, en comunidades fundadas en el Evangelio. En una sociedad multiétnica que, cada vez, experimenta más formas de soledad y de indiferencia alarmantes, los cristianos deben aprender a ofrecer signos de esperanza y a convertirse en hermanos universales, cultivando los grandes ideales que transforman la historia y, sin falsas ilusiones o inútiles miedos, comprometerse a lograr que el planeta sea “la casa de todos los pueblos”. Como los peregrinos griegos de hace dos mil años, también los hombres de nuestro tiempo, quizá no siempre conscientemente, piden a los creyentes no sólo que “hablen” de Jesús, sino que, además, “hagan ver” a Jesús, hagan resplandecer el Rostro del Redentor en cada ángulo de la tierra ante las generaciones del nuevo milenio y, especialmente, ante los jóvenes de cada continente, destinatarios privilegiados y protagonistas del anuncio evangélico.

Es nuestro deber, como cristianos, si no es el de misionar, el de contribuir con quienes realizan tan magna tarea.

Lo podemos hacer desde el aporte material, a través de las Obras Misioneras Pontificias, dejando una donación en dinero o bienes, sabiendo que éste es el sustento de las misiones de la Iglesia.

La otra forma aun mas importante es “la oración”:

· Pedir por los misioneros para que el Señor sostenga sus creencias y espíritu en lugares a veces muy remotos, inhóspitos o de conflictos.

· Pedir también por aquéllos que están siendo misionados, para que sus corazones sean abiertos a la verdad del Señor y reciban el don de la fe.

· Por las vocaciones misioneras, rogando a Dios que suscite nuevos misioneros para que la obra crezca y se fortalezca.

· Sostener el “Rosario Misionero”, llevando adelante una fuerza que ayuda mucho, puesto que pedir por cada uno de los cinco continentes trasforma a esta súplica en universal.

La “Animación Misionera” se transforma también en uno de los instrumentos para incentivar este trabajo. Podemos hacerlo dándola a conocer en nuestra comunidad, nuestro barrio, intentando que todos los cristianos se animen a colaborar, buscando el compromiso de amor para la causa. En este ámbito, se desarrolla la infancia y adolescencia misionera, que busca que los niños “crezcan en su espíritu misionero universal y sean apóstoles de los niños de todo el mundo”.

Como cristianos que hemos recibido el conocimiento del evangelio, estamos en deuda con todos aquéllos que no han tenido esta oportunidad; y estamos en deuda con ellos, ya sea que vivan pared de por medio de nuestra propia casa, o al otro lado del mundo.
por:Ivana Fischer
Periodista
f/san-pablo.com.ar

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