ENTRE LA FURIA DE DAVID Y LA INCLEMENCIA DE FEDERICO.

domingo, septiembre 27


Sergio Reyes II.
Recientemente se cumplieron 30 años del paso por la Isla Hispaniola y el resto del arco antillano de un fenómeno atmosférico que, en su momento, llegó a ser calificado como ‘El más poderoso, mortífero y destructivo huracán del siglo XX’.

El curso de los acontecimientos y la secuela de destrucción que acompañó como fatal estandarte al Ciclón David, a finales de Agosto de 1979, seguido de la Tormenta Federico, en los primeros días de Septiembre, habrían de dejar cortos a los vaticinios y especulaciones que se habían hecho inicialmente, y el país quedó convertido en un maremagnum de muertes, destrucción a la propiedad pública y privada así como a la infraestructura comunicacional y vial, además de cuantiosas pérdidas en la agricultura, factores que habrían de arrastrar a la Nación por una debacle financiera de incalculables consecuencias.

Las previsiones y ’pronósticos’ desplegados por los organismos entendidos en la materia sostenían que, independientemente del evidente poderío y la fuerza destructiva in crescendo, que iba generando a su paso el meteoro en cuestión, se esperaba que, en el caso de la isla Hispaniola, los daños no fuesen de extrema gravedad, de mantenerse el desplazamiento del ‘ojo’ del huracán, que se proyectaba en sentido lineal, paralelo a lo largo de la costa sur de la isla.

Los cálculos iniciales señalaban a Barahona, Pedernales y zonas aledañas, como los puntos más neurálgicos en materia de daños previsibles, y en ese tenor, se dispusieron medidas de seguridad y de socorro, a fin de acudir en auxilio de los posibles afectados en la citada zona.

En el ánimo de las autoridades y la ciudadanía subyacía la creencia de que el mayor volumen de daños habría de sobrevenir por vía de inundaciones, avenidas de ríos y cañadas, derrumbes y deslizamientos de tierras y a tono con ello, se dispusieron las acciones pertinentes. Incluso, hubo grupos de desaprensivos que se ubicaron en lugares estratégicos del malecón de Santo Domingo y otros puntos del país, impacientes a la espera del inicio de la ‘función’.

Vertiginosos nubarrones manchados de gris comenzaron a enseñorearse del cielo de la Capital y más allá de donde la vista alcanzaba, desde las primeras horas del 31 de Agosto. Los reportes noticiosos y los boletines de la Oficina Nacional de Meteorología se sucedían intermitentemente y la población se mantenía pegada al radio o al televisor, en una angustiante zozobra caracterizada por el empeoramiento paulatino de la situación.

El paso fugaz y vertiginoso de las primeras ráfagas de viento, extendiéndose como manada en tropel por las humildes barriadas de la periferia capitalina a manera de carta de presentación, confirmaron, sin lugar a dudas, que lo que se avecinaba no era asunto de juegos. Los más cautos se empeñaron a fondo en el reforzamiento y apuntalamiento de puertas, ventanas, tejados y otras medidas preventivas que les permitiesen preservar sus vidas, viviendas y bienes materiales.

Otros hicieron aprestos para divertirse a expensas del espectáculo y sacar un provecho lúdico del momento, cual si fuese un día festivo, de juergas, bebidas y dominó.

Los residentes en ensanches, residenciales y condominios de clase media y alta desecharon temores extremos, confiados en la seguridad de sus confortables y sólidas viviendas. Para muchos, las medidas preventivas que venían siendo tomadas de manera frenética por las autoridades y organismos de socorro no eran mas que acciones exageradas, que aterrorizaban a la población y desarticulaban el libre curso de la dinámica social y comercial.

Sin embargo, las dramáticas imágenes mostradas por la television y narradas en los noticieros radiales, en las que se daba cuenta del trágico sendero que el ciclón David iba dejando marcado a su paso por varios puntos del Caribe, hacían temer lo peor.

Rayando el mediodía, el cielo se tiñó de negro, como un presagio fatal. El ‘ojo’ del huracán estaba posicionado frente a la costa de Santo Domingo y todas las criaturas del Averno cayeron sobre la hidalga ciudad clavando sus garras ávidas de muerte, sangre y destrucción. Contrariando los vaticinios, las estadísticas y las expectativas, el mortal meteoro redujo al mínimo su velocidad de desplazamiento y luego de sostener una posición casi estacionaria por un periodo de tiempo que pareció una eternidad, cambió abruptamente de curso y se internó en territorio nacional siguiendo una trayectoria longitudinal, en dirección Sureste-Noroeste.

El impacto de los vientos vapuleó inmisericordemente todo lo que encontraba a su paso y la ciudad quedó sumida en una catarsis colectiva caracterizada por el caos, la destrucción y el dolor. Huellas imborrables, grabadas a sangre y fuego en el corazón de los dominicanos que vivieron la hecatombe. Imposible describir el escenario dejado atrás por la poderosa y destructiva maquinaria del ciclón David, sólo comparable a la secuela dejada por una conflagración bélica que acaba con vidas, arrasa con árboles, edificios y monumentos, destruye cosechas y desarticula el ritmo comercial y la infraestructura de servicios que motorizan el curso de una Nación.

El nuevo derrotero seguido en su fatídica trayectoria por el huracán afectó profundamente el territorio nacional en áreas y poblaciones establecidas a lo largo de la Cordillera Central y sus estribaciones norte y sur, que tradicionalmente habían sido poco afectadas por fenómenos atmosféricos en el pasado.

Comunidades como Palenque, San Cristóbal, Cambita, San José de Ocoa, Baní, Azua, San Juan de la Maguana y toda el área incluida en el fatal trayecto del ciclón en suelo dominicano fueron duramente afectadas por los fuertes vientos y las lluvias que se desencadenaron sobre la isla por varios días, provocando desbordamientos de ríos, destrucción de puentes, caminos y carreteras, inundaciones de poblados y caseríos establecidos en zonas neurálgicas, deslizamientos de tierras y derrumbes.

Como es usual en estos casos, para muchas regiones y comunidades, el efecto destructivo de las lluvias, crecidas de ríos e inundaciones generadas como secuela del ciclón David y la tormenta Federico, fue más dañino que el ciclón y la fuerza de los vientos generados por éste, a tal extremo que, a mas de 30 años del fatal acaecimiento de aquellos trágicos sucesos, hay lugares que aún no se han recuperado del trauma, existen comunidades enteras que debieron ser reubicadas a otros puntos, con lo poco que les quedó, y lo que es peor, todavía quedan damnificados, refugiados en cuarterías y barra(n)cones, clamando por ayuda oficial para paliar las carencias que arrastran en sus vidas, marcadas por la miseria, luego de aquella horrible pesadilla.



-II-

No los cubrirá el olvido!!


Acorde a los postulados filosóficos contemplados en su Estatuto Orgánico y a su deber como ente orientador, sensible a la problemática social, la Universidad Autónoma de Santo Domingo –UASD- dió un paso al frente, en la dirección en que se requería con más urgencia la mano amiga y solidaria, a favor de los afectados por el ciclón David.

El campus central de la Academia –como casi todo el país- había sido grandemente afectado, y en ese tenor, numerosas brigadas compuestas por empleados, profesores y estudiantes concentraron sus esfuerzos en pro de desbrozar el camino, despejar el campus, retirar escombros y habilitar oficinas y despachos para acometer con mayor libertad la labor de acudir en auxilio de los damnificados de la capital y en aquellos puntos del país mas afectados por el meteoro, en una acción conjunta con otras instituciones estatales, privadas, religiosas y comunitarias.

A través de su unidad de servicio extramural y comunitario que reúne a los grupos de salud “Frank Díaz” y “Mateo y Mateo” y bajo la eficiente conducción del Dr. Diómedes Robles Cid –quien a la sazón, acababa de concluir estudios en manejo y prevención de desastres naturales, en Cuba- se convocó, organizó y equipó una brigada de voluntarios con destino a San José de Ocoa y poblaciones aledañas, en donde se reportaba la ocurrencia de gravísimos daños, producidos, principalmente por la avenida del río Ocoa y las inundaciones provocadas a su paso.

El equipo conformado perentoriamente con todos aquellos que respondieron al llamado partió hacia la vapuleada zona de las elevadas estribaciones de San José de Ocoa, la Ciénaga, Sabana Larga, Nizao, Las Avispas y los múltiples caseríos y comunidades campesinas enclavados en la zona de impacto de David, habiéndose fijado la meta de llegar hasta Rancho Arriba, en el firme de la Cordillera Central, si las condiciones así lo permitían.

Atravesando lomas, cañadas, barrancas, vadeando las impresionantes corrientes de ríos desbordados, recibiendo el embate de gélidas ventoleras, granizadas y poderosos vientos, en su duro trajinar para llegar a encumbrados parajes, los socorristas de la UASD llevaron a cabo una noble y titánica labor de rescate, salvamentos, vacunación, administración de medicamentos urgentes, primeros auxilios, cirugías menores y, en algunos casos, atención a partos prematuros o de emergencia, además de labores comunitarias de reparación de viviendas, limpieza de vías y recogida de escombros, entre otras.

Acarreando grandes bolsas contentivas de medicamentos y el instrumental necesario para poder ejecutar la delicada y urgente labor, durmiendo entre sacos de café, encima de rústicos tablones o en la cálida y ‘hospitalaria’ celda de un cuartelucho policial, comiendo de lo poco que pudieron acarrear o compartiendo el humilde almuerzo de los valerosos e indoblegables campesinos de las comunidades a las que pudieron llegar, los brigadistas de la UASD asumieron, con eficiencia y destreza, una heroica jornada que no está escrita ni reseñada en ningún diario, en ninguna crónica ni reporte noticioso.

Habían dejado atrás sus hogares y sus familias –que también requerían de sus esfuerzos- para acudir en ayuda del necesitado, allende las serranías.

Formaban un abigarrado grupo de estudiantes, en las diversas ramas de la salud (medicina, enfermería, odontología, laboratorio) entre en los que había, además, socorristas y estudiantes oriundos de la zona de impacto, que se reportaron para ayudar en lo que estuviese a su alcance. Y también había voluntarios, dispuestos a jugarse la vida, simplemente por amor a su país.

Con el invaluable apoyo logístico y la colaboración recibidos en Ocoa de parte del Padre Luís Quinn, quien dispuso un local a manera de ‘Cuartel General’ para dirigir los operativos, comprendieron el porqué a ese idolatrado sacerdote todos llamaban (y hoy recuerdan) como “Papa Quinn”.

Desesperados por el estado de incomunicación en que quedo sumida gran parte de la región de Ocoa, a causa del arrastre de puentes por las crecidas de los ríos y deslizamientos de tierras, un grupo de valerosos ocoeños de la UASD, encabezados por Roberto Santana, se dirigieron hacia su pueblo, por una difícil y peligrosa ruta que comenzaba en Piedra Blanca (Bonao) y se internaba en las estribaciones de la Cordillera Central por caminos que podrían llevarles hasta Mahoma, La Nevera, La Horma o Rancho Arriba, hasta llegar a Las Avispas y concluir en Ocoa. Recibidos como héroes, luego de sortear innúmeros obstáculos en los que expusieron la vida a cada instante, a poco llegar ya formaban parte de nuevas brigadas de rescate, socorro y primeros auxilios, haciendo caso omiso al cansancio por los días y horas de duro batallar, hasta llegar a su destino.

Como en todos los procesos sociales, la historia de los desastres naturales, las desgracias y calamidades de los pueblos están llenas de héroes anónimos, de personas motivadas por el deseo de servir a los demás y ayudar a mitigar el dolor de los golpeados por la desgracia.

Son los ‘soldados desconocidos’ de las emergencias. Están allí. Ayudando a acarrear cosas. A transportar equipos. A desbrozar caminos y carreteras contando apenas con un machete, el coraje y el tesón. Sirven de guías. De ‘Burros de carga’. Arriesgan sus vidas a cada instante para asegurar las de los demás. Dejan sus familias y pertenencias al cuidado de Dios y salen a proteger y cuidar los intereses y seguridad de la población.

En Ocoa, año cero, Ciclón David, hubo muchos héroes anónimos. Y mucha gente que, sobreponiéndose a sus propias desgracias y calamidades ayudaron a remediar los males de otros.

En el Centro de acopio del Padre Quinn, en la Iglesia-refugio del centro del pueblo -frente al parque-, en el vado del río, operando los tractores y camiones dispuestos para sortear las peligrosas e impetuosas aguas del río Ocoa; En la afectuosa familia de madereros del poblado de Sabana Larga, en la dotación militar del cuartelito de Nizaito, ( … ) y en el seno de toda la población que acogió con ánimo y templanza los designios del destino y trabajó incansablemente por la recuperación física y económica de su pueblo, la cura de las heridas y la superación de los innúmeros traumas dejados por el paso del meteoro.

Los muchachos de la brigada de socorro hubieron de permanecer en Ocoa, ‘al pie del cañón’, cumpliendo con el sagrado deber, hasta que se restableciera la comunicación vial y se dispusiesen medidas alternas para poder franquear los ríos, a falta de puentes.

Con sus alzas y sus bajas –comprensibles en estas circunstancias- puede decirse que su espíritu de servicio y de ayuda a los demás se mantuvo inalterable, en esos días difíciles en que tuvieron que aprender, a golpe de heroísmo, el verdadero significado del trabajo comunitario y de entrega a una causa de abnegación y amor a la comunidad, en situaciones de real emergencia.

Esos principios siguen guiando sus pasos en el presente. En los consultorios, laboratorios, clínicas, hospitales o cualquier otra vía por la que proyecten sus conocimientos, siguen poniendo en alto su sensibilidad social reforzada en las enseñanzas y experiencias obtenidas en aquel ‘bautizo de fuego”.

Sus nombres, los tengo guardados, junto a otras valiosas memorias. Algún día evocaremos juntos esas experiencias. Y, remedando al poeta, pisaremos las calles nuevamente, de lo que fue Ocoa destruída, y en su Iglesia y en su río, nos detendremos a rendir tributo a los Ausentes y a dar gracias por la Vida.

sergioreyII@hotmail.com
09/27/2009. 3:58 p.m.; NYC.

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