Enviado por: Sergio Reyes II
Yuberkis era ‘pepesera’. De esas que salen a las calles, cada día, con el ‘padrenuestro’ en la boca y el fardo con las mercancías a la espalda o colocado en la cabeza, acomodado apenas con un babonuco y desafiando todas las leyes de la gravedad, a buscar, en el inseguro negocio de la reventa de ropa usada y artículos del hogar, el sustento de su familia.
Con una visión muy por encima del común denominador de su entorno y adelantándose a ‘descensos en la fluctuación de la bolsa’, ‘recesión económica’ y ‘reducción del poder adquisitivo’, tuvo la chispa de integrarse en cuerpo y alma, de igual a igual, con las humildes y escurridizas ‘marchantas’ haitianas que, a pleno sol, desde tiempos inmemoriales ofertaban la mercancía en los caminos, callejas y plazas del lar nativo y, eventualmente, en los días de ‘ferias’ de la localidad, bajo la ambiciosa y escrutadora mirada de los tradicionales macuteadores de oficio y de uniforme.
En principio fué acerbamente criticada por aquellos que entendían que los de este lado no debían involucrarse en ese ‘inmundo’ negocio de trapos viejos usados que llegaban a estos lares como parte de los esfuerzos solidarios y caritativos encaminados por personas e instituciones radicadas en Norteamérica y el viejo mundo. Sin embargo, a medida que iba adquiriendo dominio del negocio y pasaba de simple compradora a revendedora, controladora de puntos de venta y coordinadora de brigadas de distribución en múltiples puntos a la vez, al poco tiempo, su labor comenzó a ser imitada, afianzándose su liderazgo entre todas las que se dedicaron a la mencionada tarea, lo que la llevó a ser, tácitamente y en el mejor decir, una líder de masas.
De las múltiples desventuras, correrías y escaramuzas padecidas por estas mujeres en las calles de la población así como en los vados de los ríos, cruces de caminos, caseríos campesinos y los maremágnum de los días de feria, poco se ha escrito, todavía. Han de quedar, quizás, junto a otros tantos abusos cometidos contra la población y cubiertos bajo el manto oficial de la impunidad. Abusos que adquieren forma de despojos, vejaciones, encarcelamientos y violaciones, llevados a cabo en el más burdo irrespeto a la condición humana.
La necesidad de expandir el mercado hacia poblaciones mas distantes introdujo la modalidad de viajar con todo y mercancía usando los servicios interurbanos de transporte, o, por medo de los mil y un métodos que la ingeniosidad pudo inventar, para eludir, burlar o pasar desapercibidos en los múltiples puestos de control o ‘chequeo’ colocados en lugares estratégicos en las vías y carreteras de la región.
Y se plantaron en Puerto Plata, enfrentando nuevos retos, ofertando una mercancía de ‘dudoso’ origen que, sin embargo, dado su bajo costo, en poco tiempo comenzó a ser asimilada por la población de escasos recursos y algunos miembros de otros estratos en busca de curiosidades, piezas de colección o ‘ropas de marca’ a precio de oportunidad, para poder alardear luego entre los amigos.
Allí les persiguió también el flagelo de la oposición del comercio y los beneficiarios directos de la infraestructura turística local, quienes argumentaban que las ventas de las ‘pepeseras’ “espantaban el Turismo”, “afeaban la ciudad” y “desprestigiaban la calidad del comercio” en la zona.
En este nuevo escenario, Yuberkis tuvo ocasión de sacar las garras y mostrar todo cuanto era capaz de hacer cuando se la arrinconaba y se ponían sus intereses y los de sus compañeras de infortunio en juego. Más aún, cuando se les perseguía, denigraba y denostaba, estigmatizando su humilde origen.
En abierta rebeldía, dando zarpazos como fiera enjaulada, violentando repetidamente las prohibiciones de venta de ropa en playas y calles de la población, eludiendo cercos, esquivando vigilancias y ablandando férreas posturas, gracias al milagroso efecto del soborno y el macuteo, las ‘pepeseras ‘ de Dajabón se entronizaron en el ámbito de Puerto Plata y sus alrededores, con toda la fuerza de un roble.
Los continuos encierros, maltratos y vejaciones a que fueron sometidas continuamente las vendedoras, apenas contribuyeron a solidificar aun más sus convicciones. Y de cada amarga experiencia, se levantaban con nuevos bríos y un nuevo fardo de mercancía a la espalda o haciendo equilibrio en la cabeza gracias a la ayuda de un babonuco.
Bajo estas circunstancias, Yuberkis conoció a Heinz Stefan.
Oriundo del noroeste de Alemania, en el viejo continente europeo, cansado de las rancias costumbres y el estricto encasillamiento que caracteriza a los germanos, aquel hombretón entrado en años tiró anclas en ‘La Novia del Atlántico’ a donde había llegado unos años antes, en viaje de reconocimiento, en busca de un nuevo ambiente que le condujese a excitantes aventuras, el respiro de los saludables aires tropicales de la región y tras el beneficio de las exenciones de impuestos y otras facilidades con que en el país se estimulaba la inversión extranjera en el área turística e inmobiliaria.
La irreverente personalidad de yuberkis acaparó la atención del extranjero tan pronto se cruzaron sus destinos, en una tarde en que se escenificaba una aparatosa tanda de correrías y escaramuzas, producto de los denodados esfuerzos desplegados por las fuerzas del orden por evitar las ventas furtivas en las áreas turísticas de playa.
El fuerte impacto que provocaron en aquel hombre las abusivas medidas de fuerza a que estaban siendo sometidas las indefensas mujeres, a la vista de todo el mundo, de inmediato despertaron un sentimiento de simpatía hacia la aguerrida cabecilla del grupo de vendedoras.
Este fué el inicio de una profunda y consistente amistad entre la impulsiva liniera y el taciturno y bonachón Heinz Stefan, la que, a la larga, les llevaría a una estrecha relación de pareja.
Con el paso de los años, el afianzamiento del vínculo afectivo dio lugar a una sustancial mejoría en la calidad de vida de Yuberkis y, por consiguiente, de sus más cercanos familiares. De la mano de su protector conoció los mas hermosos lugares y ciudades del centro y occidente de Alemania y algunas ciudades de otros países europeos; empezó a conocer y disfrutar de las delicias del gasto incontrolado y sin preocupaciones del ‘dinero plástico’, y se vió, de golpe y porrazo, empuñando el timón de una poderosa jeepeta 4 X 4, adquirida a su nombre así como valiosas propiedades inmobiliarias, tanto en suelo germano como en el lar nativo.
Las estrecheces económicas, las amarguras producto del acoso y las constantes vejaciones, habían quedado atrás, como una amarga pesadilla. Las habilidades y artimañas de la antigua ocupación habían quedado, también, en desuso, suspendidas quizás indefinidamente.
Sin embargo, yuberkis no abjura de su pasado. Con sobrado orgullo habla todavía, a voz en cuello, de los incontables avatares por los que hubo de atravesar en su largo batallar en pro de la superación personal y familiar. En sus continuas visitas a sus colegas de oficio y sus encuentros con las actuales directivas de la Asociación que las agrupa, siempre sale a relucir la nostalgia por esa etapa de su vida y su exhortación a aquellas a fin de que nunca desmayen en la búsqueda de sus objetivos y aspiraciones.
Por igual, cuantas veces le inunda la nostalgia y le da con evocar aquellos años idos de las ‘vacas flacas’ y los sobresaltos, valiéndose de ingeniosos subterfugios Yuberkis escapa de los tentáculos de su empalagoso marido, convida a sus antiguos canchanchanes de juergas y correrías –entre los que nunca falta uno que otro ex-enamorado, con renovadas pretensiones-, y sin importar el lugar ni la hora, se explayan en ruidosas francachelas y cocinaderas, en las que, alternando los tragos y las delicias culinarias (la casa paga!), rememoran las penurias y sinsabores padecidos.
Lagrimas amargas inundan por momentos los ojos de la altiva mujer, quien, en muy contadas ocasiones y solo si está protegida por el discreto hermetismo de sus más fieles compinches, se permite incurrir en estas debilidades y dejar que tome cuerpo el resquebrajamiento en su entereza y compostura. Culpa de los tragos, quizás!!
Y, conociéndola como la conozco, puedo afirmar sin temor a equivocarme, que en sus constantes visitas al terruño nativo en un apartado caserío de la frontera, al pasar por en frente de uno de esos odiosos puestos de ‘chequeo’ de tan ingrata recordación, haciendo uso de una sublime forma de desquite, mete a fondo el acelerador, ‘guaya’ bruscamente las gomas y, al tiempo que masculla unas ininteligibles palabras proferidas en el idioma del marido –con el que ya se ‘defiende’ casi a la perfección-, seguidas de un enérgico e inconfundible ‘sanantonio’, en aumentativo, que le surge de lo más profundo de las entrañas, se aleja a toda prisa de allí, confiando plenamente en la seguridad e impunidad que se derivan de su lujosa jeepeta, su abultada chequera y, más que nada, en la prestancia e influencia en las esferas oficiales con que cuenta el alemán.
Y colorin, colorado, … !!
sergioreyII@hotmail.com
07/06/2009. 0:40 a.m.; NYC
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