CARRETERA INTERNACIONAL: HIJA OLVIDADA DE LA PATRIA.

lunes, julio 20

Enviado por: Sergio Reyes II.
A l@s niñ@s de Villa Anacaona, Tirolí, Los Cacaos, Calavacié, Pichirino, Le Court, Pedro Santana, Veladére, Bánica y Macasias, con mis deseos de que se mantenga siempre su alegría (…) como los pinos y las garzas, levantando la esperanza de la tarde. -DC-.

-I-

Hemos dejado atrás la catedral de espigados pinares que en enmarañada profusión vegetal oculta por momentos de nuestra vista los iridiscentes rayos del astro rey. Delicadas variedades de bromeliáceas de diferentes tonalidades junto a lánguidas orquídeas y otras bellísimas especies silvestres se destacan medrando entre los dilatados espacios de sombra, a los pies o adheridas a mediana altura de los robustos troncos de las especies endémicas de pino de cuaba así como de otras de igual fortaleza y capacidad de adaptación y reproducción que desde hace cierto tiempo vienen siendo plantados como parte de los ingentes esfuerzos de instituciones como Quisqueya Verde y otras entidades oficiales y comunitarias, interesadas en preservar y reproducir el radio de acción de nuestros bosque vírgenes y el hábitat natural para las diferentes especies que conforman la fauna de la región.

No pudimos resistir la tentación de detenernos a la vera del camino para entregarnos por entero al sublime desenfreno del maroteo de mangos, cajuiles, toronjas, guayabas, naranjas ‘de babor’ y otros frutos mas que se reparten en amistosa armonía el espacio en donde antes solo se enseñoreaban los pinos y que vienen siendo sembrados, también, como parte de un progresivo y sistemático plan maestro encaminado por el Estado , a través de la entidad señalada y que persigue disminuir el flujo migratorio de la población local, poniendo en manos del campesinado de estos contornos un medio de generación de recursos que, a la vez que es una fuente renovable basada en la recogida de cosechas cíclicas que no afectan el ecosistema, disipan la atávica propensión de apelar a la tala indiscriminada de árboles para producir madera o carbón.

Luego de hartarnos hasta más no poder y de haber colocado los frutos en cuanto resquicio pudimos, contando con la discreta complicidad de los susurrantes golpes de brisa que nos llegaban desde la imponente serranía, continuamos con el recorrido, nadando entre agradables efluvios y esencias que dejaron convertido el interior del vehículo en algo cercano a un vistoso y colorido tarantín de venta de frutos de cualquier mercado de pueblo.

Habíamos partido desde Restauración, atizados por la imperiosa necesidad de entrar en contacto directo con el ambiente y el intercambio socioeconómico que se expresa en el curso de la histórica carretera que discurre a lo largo de un importante trecho de la frontera entre la República de Haití y la República Dominicana y que, en sí misma, es un hervidero social en el que están marcados a grandes rasgos una parte importante de los episodios históricos de ambos países y que gravitan decisivamente en el presente. Es también esta Carretera Internacional el testigo silente del drama humano que sacude a la frontera y una impactante y aleccionadora estampa en la que la naturaleza se presenta con su más patética crudeza, enrostrándonos, a todos, gobernantes y gobernados, el escenario que dejaremos como legado a las generaciones emergentes si no somos capaces e enfrentar, a tiempo y con seriedad, sin demagogias ni pretensiones chauvinistas, el galopante flagelo de la deforestación.

Haciendo caso omiso a las recomendaciones sobre los horarios de tránsito permitidos en la vía -que a modo de sutil advertencia nos hiciesen los miembros de los organismos castrenses del Estado de puesto en Restauración-, enfilamos el curso hasta Villa Anacaona, último enclave poblacional netamente dominicano antes de pasar al recorrido de la via, desde donde nos disponíamos a pasar a la aldea haitiana de Tirolí, y continuar, siguiendo el curso de la histórica ruta, por una extensión de cerca de 47 kilómetros que discurren con la palpitante sensación de estar siendo vigilados a la vez por dos celosos y disímiles guardianes, y llegar, finalmente, a Pedro Santana y Bánica, de nuevo en territorio nacional.

El agradable desplazamiento en plena Cordillera Central nos condujo por escalonados tramos que, a pesar de las naturales ondulaciones del terreno, por encontrarnos en medio de un valle intramontano y a más de 600 msnm, no significó, sin embargo, mayores contratiempos, dado el hecho del reducido movimiento vehicular que se observa en la zona. Por demás, el majestuoso escenario, caracterizado por bosques, escarpadas montañas e infinidad de riachuelos conllevó la realización de innumerables paradas, para plasmar gráficamente la belleza del entorno, perseguir el curso de la neblina –que ya había comenzado a manifestarse-, paladear el agua fresca, aumentar la insaciable colección de frutos o respirar, a pleno pulmón, el aire incontaminado de las montañas.

En una vuelta del camino nos recibió el apacible caserío de Villa Anacaona, con la silente mansedumbre de su reconstruído templo católico, reminiscencia de los afanes y esfuerzos desplegados por el padre Antonio López de Santa Anna y la congregación de los sacerdotes jesuitas, como parte del provechoso apostolado desplegado en la zona desde la década de los 30’s del pasado siglo XX, a través de su Misión Fronteriza.

Fruto de importantes trabajos de remodelación encaminados por la Secretaría de Estado de Cultura en años recientes, el simbólico templo ya no presenta el ruinoso aspecto que le valió el calificativo de ‘tétrica iglesia de madera’ en relatos de viaje de turistas europeos de paso por la región; muy por el contrario, en la actualidad, tanto su estructura física como el entorno se encuentran hermosamente reconstruidos y acondicionados, ofreciendo, con la dignidad adecuada, el alimento espiritual que requieren los fieles que se dan cita en sus salones en los días en que se oficia el culto de la misa.

Mas adelante se descubrió ante nosotros una sólida estructura militar de curiosa superposición de bloques geométricos, cuyos trazos habíamos estado siguiendo fugazmente entre la profusa vegetación que envuelve por ambos lados a la carretera, antes de llegar al Paso de Libón, lugar en donde el arroyo de este nombre se une al Río Artibonito, cerrando los límites oeste y sureste de la provincia Dajabón y que sirve de antesala a lo que se constituye, en esencia, como el tramo Inicial de la carretera Internacional en su parte norte.

Por su solidez y la estratégica posición en que se encuentra enclavado, este fortín viene a ser, quizás, la más importante de las obras de esta naturaleza, construídas a lo largo de la frontera por el régimen de Rafael Leonidas Trujillo Molina, como parte de la política de control y vigilancia de los limites territoriales y de mantener ‘a raya’ a los habitantes del vecino país. Del brillo y esplendor que emanaba de estos fortines en el pasado, así como del terror que se anidó en sus paredes, solo queda un fugaz recuerdo unido a una vaga sensación de aprensión en el pecho por la desprotección, soledad e incomodidades en que desenvuelven sus acciones los miembros de nuestros cuerpos castrenses asignados al patrullaje y vigilancia del paso fronterizo, en este remoto lugar.

Una ascendente cuesta, que nos permite apreciar con mayor visibilidad la estructura militar y su estratégica atalaya, nos coloca de pronto en las callejuelas de entrada de un multifacético caserío que sirve de asiento a la agitada y dinámica aldea haitiana de Tirolí.


-II-

El establecimiento de una ruta terrestre que facilitare la comunicación entre las regiones del norte y el sur de la isla y que a la vez, permitiese franquear con seguridad las escarpadas e inexpugnables altitudes de la Cordillera Central, había constituído una vieja aspiración para los gobernantes de Haití y Dominicana. Movidos, mas que nada, por intereses estratégicos y de control militar, los regímenes interventores del periodo de ocupación estadounidense en el país (1916-1924) procedieron a realizar los estudios topográficos previos y la evaluación de los posibles puntos por donde debería efectuarse el trazado definitivo de la vía, a partir de antiguos senderos usados comúnmente por los lugareños para desplazarse en la zona. Sin embargo, es a partir de la firma de los acuerdos finales y el Protocolo de Delimitación de Fronteras, aprobados por los gobiernos de Haití y República Dominicana (1929, 1935 y 1936), en que de manera precisa se consigna la construcción de la vía y se plantea, con los detalles y especificaciones técnicas de lugar, la relevancia y magnitud a que debía responder la obra en cuestión.

Acorde con su prescripción inicial, el ambicioso proyecto de construcción de la ruta internacional habría de ser ejecutado con el concurso y aporte económico de ambas naciones, así como el mantenimiento, reparaciones y adecuación a las necesidades que el tiempo y los cambios demandaren. En la práctica, el gobierno dominicano hubo de asumir las mayores cuotas no solo en el orden económico sino también en materia de aporte de tecnología, personal especializado y mano de obra. Se hizo evidente, desde un principio, el ingente interés de Trujillo en dejar zanjado definitivamente el asunto de los límites territoriales a fin de poder aplicar en lo adelante los rigurosos controles que tenía en mente y prevalerse, según el caso, de la ley o de la fuerza, como en efecto, lo hizo hasta la saciedad.

Por su parte, los regímenes de turno en Haití asumieron una dócil actitud ante la aplastante iniciativa trujillista y, ya fuese por reales carencias financieras o por una negligente actitud conciliatoria, lo cierto es que en los hechos, el trazado de la histórica ruta constituyó en sí mismo un nuevo mecanismo de despojo de porciones de terreno en el que el déspota dominicano se sirvió con la cuchara grande, arrebatando tramos completos de tierras de alto valor agrícola y cediendo en las áreas en que las ventajas eran insignificantes.

La vía como tal, sus trabajos de afirmación, rellenos, excavaciones así como las obras conexas (puentes, badenes, aproches y cunetas) fueron ejecutadas acorde a las reglamentaciones y especificaciones de lugar, consignadas en los acuerdos aprobados y para la posteridad quedó la obligación conjunta de ofrecer el mantenimiento y las reparaciones que las circunstancias demandaren.

El implacable discurrir del tiempo echó por tierra todos esos fementidos propósitos y en el presente, la Carretera Internacional padece una lenta agonía, que la tiene postrada, abandonada a su suerte, convertida en poco menos que un camino vecinal, debido a la negligencia y desinterés observados por la clase gobernante dominicana en los asuntos relacionados con el tema fronterizo y todo cuanto involucre inversión de recursos en beneficio de la región.



-III-

A medida que nos vamos desplazando por los innumerables vericuetos del caserío de Tirolí nos percatamos de una realidad que sirve de común denominador a los poblados, aldeas y villorrios haitianos establecidos a la vera o en las cercanías de la carretera: su razón de ser, en tanto que modus vivendi de sus moradores, es la integración en las diferentes facetas que caracterizan el mercadeo o trueque dirigido a los ocasionales viajeros, pobladores de comunidades cercanas o personas que llegan hasta estos lugares en busca de adquisición de comestibles, productos agrícolas o artículos del hogar, o, en caso, contrario, ofertando estas mercancías para la venta.

Esto explica el hecho de que la mayor parte de los puntos de venta o tarantines, no cuenten con estructuras firmes, sino apenas simples taburetes o tramerías, fácilmente desmontables, como si se tratase de pueblos nómadas o gitanos. Escasas viviendas, con un considerable espacio baldío entre ellas, echan por tierra las características que tipifican las comunidades diseñadas acorde a un patrón de desarrollo urbano que facilite el funcionamiento de obras de servicio público.

En las viviendas domina las modestas estructuras de tejamanil, levantadas a partir de una armazón central de tallos finos y flexibles entrelazados a los horcones principales y rematado con una techumbre elaborada con guano, yaguas o pachulí. Las paredes levantadas con esta armazón pasan a ser revestidas, a manera de pañete, con una mezcla de barro, paja seca de gramíneas y estiércol de ganado, que, al secarse con ayuda de hogueras y fogatas establecidas en todo el contorno de las viviendas, se convierten en paredes relativamente sólidas, que resguardan a sus habitantes de las inclemencias del clima y las calamidades de la naturaleza. Con todo y a pesar de las precariedades en que se desenvuelven, los moradores de estas poblaciones viven el día a día, luchando por sobrevivir, apegados a su férrea obstinación de permanecer junto al lar nativo y sin contar con otra fuente de trabajo que no sea la esporádica labor de jornalero, mantenerse a la espera del auxilio estatal -que nunca llega- o la concretización de proyectos desarrollistas encaminados por entidades internacionales que no terminan de cuajar o son desviados en sus intenciones y objetivos mediante medidas amañadas e inconsecuentes, orquestadas por los propios gobiernos de ambas naciones,

Estos bolsones de miseria se notan más acentuados en la parte haitiana que en la dominicana, debido al pesado fardo de empobrecimiento que acompaña a la vecina Nación desde el mismo instante en que se irguió con la dignidad de un gigante y se sacudió del yugo esclavista y colonialista de Francia.

Esa asfixiante precariedad financiera que persigue al pueblo haitiano está patentizada, lastimosamente, en la infinidad de niños de corta edad que asedian insistentemente a los viajeros y turistas de paso por la ruta, mendigando monedas para paliar su endeble situación y que, a pesar de la preocupante realidad que llevan a cuestas, con palabras efusivas de agradecimiento proferidas en su gutural dialecto y las inocentes sonrisas que iluminan sus rostros, compensan con creces los favores recibidos.

Es también el detonante que ha llevado a los miembros de los estratos sociales mas bajos dentro de la pirámide social, a atentar en contra de la estabilidad del más valioso tesoro de la isla Hispaniola y que al momento del descubrimiento, en 1492, cubría la totalidad de su extensión: sus bosques. De tal suerte, la tala indiscriminada de árboles para alimentar hornos de carbón vegetal devino en ser una fuente de generación de recursos para los sectores desposeídos, pero a la vez ha provocado que la mayor parte del territorio haitiano en la actualidad se encuentre desprovista de su capa vegetal y ante tan sombrío panorama, se encamina a pasos agigantados hacia la inminente desertificación. Imágenes aéreas, logradas por vía satelital, testifican penosamente este tétrico panorama.

Nuestra nación ocupa las dos tercereas partes de la isla y a duras penas ha podido sobreponerse a esta preocupante calamidad que envuelve al vecina país, pero si no fortalece sus proyectos en pro del desarrollo social y económico de la frontera e incrementa de mas en mas sus esfuerzos conservacionistas y de permanente reforestación en las cuencas de los ríos de la región, tarde o temprano tendremos que vernos en el mismo espejo.

Y en este punto es importante precisar que, al fenómeno de la deforestación progresiva escenificado en territorio haitiano fundamentalmente por razones de subsistencia, se contrapone de manera más encubierta y sofisticada la voraz depredación encaminada en territorio dominicano por terratenientes y potentados, que, valiéndose de sus ‘amarres’, contactos y el apoyo cómplice de funcionarios y ‘socios’ de uniforme, burlan a diario las leyes que regulan los cortes indiscriminados de bosques y la instalación de aserraderos , y con los permisos obtenidos fraudulentamente, se pavonean por los caminos, calles y poblados de la frontera, con flotillas de camiones cargados de madera recién cortada, en plenas narices de aquellos que se supone, han de frenar estas burdas patrañas.

En uno u otro caso, hay que impulsar medidas sociales e institucionales que corten este flagelo de raíz, si queremos legar a nuestros nietos un lugar donde valga la pena vivir.


-IV-

Sentimientos encontrados, que emergen de forma visceral desde lo más profundo del alma son sometidos a la mas descarnada de las pruebas cuando estamos colocados frente a frente a la inocultable realidad del flagelo de la pobreza, hambre y deforestación que golpea inmisericordemente a esta parte de la frontera.

-Va mas allá de lo que pueden mostrar algunas expresivas y bien logradas tomas fotográficas o satelitales inspiradas en bien intencionadas iniciativas de rescate y preservación ecológica.

-Es algo mucho mas serio que lo que podemos apreciar en algunas reseñas noticiosas sensacionalistas, descripciones de viajes elaboradas de manera jocosa e irreverente por algunos turistas extranjeros o videos y fílmicas tomados a la ligera por participantes en rallies automovilísticos y otros eventos deportivos de ‘aventura’ realizados periódicamente en el trayecto de la carretera, quienes, haciendo gala de una ignorancia supina y de un brutal irrespeto a las mas elementales normas de la condición humana, tratan y se refieren a los humildes moradores de estos lugares como si se tratase de bestias o especimenes colocados tras las rejas de un zoológico, para que contribuyan a alegrar las vidas de los tales viajeros y disipar de paso las propias miserias que estos llevan dentro.

-La solución a las penurias, estrecheces y aspiraciones de estas gentes requiere algo mas que simples monedas arrojadas al azar a un enjambre de niños famélicos como una forma de acallar los internos reproches que nos hace la conciencia, porque, en definitiva, las carencias ancestrales que padecen estas personas no se extirpan por el hecho de recibir esporádicas limosnas.

-Requiere, en fin, la toma de medidas más concretas y acertadas que las que puede lograr un simple escrito, como éste, espoleado por la angustia, el dolor y el frenesí que envuelve a quien rememora estas amargas verdades, maniatado por demás, por las limitaciones que impone la lejanía.


-V-

Tras haber agotado la etapa de reconocimiento por el caserío de Tirolí y capturar por la vía fotográfica cualquier aspecto de interés sobre el entorno paisajístico y sus moradores, con una parada especial en las Pirámides Fronterizas que en este trayecto se encuentran posicionados a ambos lados de la carretera, proseguimos el recorrido en un avance que estaba signado por la capacidad de asimilación de todo el daño que el ser humano es capaz de infligirle al entorno, los recursos con que cuenta la naturaleza para reponerse a ello y una rabia sorda que nos iba corroyendo por dentro, al tener que aceptar la inocultable certeza de encontrarnos maniatados e impotentes para frenar esta triste realidad.

Niños esmirriados, hambrientos y descalzos implorando por un poco de alimento. Padres abatidos por el desaliento, la falta de ayuda oficial y la indolencia de una sociedad que los mira con desdén y desconfianza. Y a todo esto, el desconsuelo de tener que compartir las desdichas y penurias aferrado junto a una maltrecha carretera que nunca ha sido tomada en cuenta ni consignada con carácter prioritario en los partidas presupuestales, para fines de ampliación, mantenimiento y/o remodelación, y que, en la práctica, ha tenido que asumir el triste papel de ser una hija olvidada de la Patria; de ambas Patrias, vale decir!

Por caminos angostos y desfiladeros, a la vera de barrancos inexpugnables, vadeando ríos y rodeando escarpadas serranías nos fuimos adentrando de más en más en terrenos compartidos, que también son nuestros; asaltados por una mortificante inquietud de pensar que, en el fondo, a un significativo número de dominicanos poco les importa lo que ocurra con este vasto territorio y sus habitantes, que, aunque en menor proporción que los vecinos, también llevan como nosotros, estampado en el lado izquierdo del pecho, la enseña tricolor.

De tal suerte, tras haber rebasado un sinnúmero de pequeñas aldeas y aislados caseríos en los que siempre percibimos el trato afable y la franca disposición a la ayuda y la colaboración de parte de sus pobladores, llegamos a Pedro Santana con 45 minutos de retraso por encima de la anunciada hora de cierre.

La incongruencia de esta odiosa disposición, por demás inconstitucional, así como el ‘intercambio de pareceres’ a que dieron motivo las imputaciones de los miembros de la dotación militar, enfrentados a nuestros ‘alegatos de defensa’, son, de por si, antológicas. Y es que, si partimos del hecho de que vivimos en un país en donde impere un régimen de derecho, que se precie de respetar los derechos fundamentales del individuo, como la simple libertad de tránsito y movimiento, resulta cuesta arriba establecer un abusivo ’toque de queda’ junto a un solapado ‘peaje’ en la franja territorial de la Carretera Internacional en la que impera –o debe imperar- la soberanía virtual compartida por ambas naciones, Haití y República Dominicana.

Así las cosas y sin estar ante la presencia de presuntas violaciones a la ley o a reglamentaciones aduanales específicas, porque, como hemos señalado, no hay ingreso y salida de un país a otro, sino el simple recorrido por un territorio común, se comete un irrespeto a la condición humana y un abuso de poder el mantenimiento de la odiosa medida que obliga a los transeúntes a circular por la carretera solamente en el periodo de 8:00 a.m. a 6:00 p.m.

Haciendo uso de artilugio$ diplomático$ de conciliación y ‘entendimiento’, logramos sortear la situación y continuar el recorrido hasta Bánica, en donde habríamos de disfrutar, ya más calmados, de una apetitosa cena y una entretenida velada nocturna, escuchando el vigoroso sonido de las impetuosas aguas del Artibonito que discurre por el lado oeste del poblado.

Al día siguiente pudimos admirar la belleza sin igual de la iglesia colonial levantada completamente en ladrillos, que fuese construida en 1514 y remozada en 1993, junto al curioso reloj de sol, con que cuenta este poblado. Nos encaminamos a la estancia de un interesante cementerio que conserva múltiples tumbas con lápidas adornadas con caracoles y conchas marinas, lo que, al parecer constituye un componente sincrético de la región, y, finalmente, con la ayuda de algunos guías locales nos encaminamos hacia el Cerro de San Francisco, venerado centro de peregrinación católica en donde se dan cita multitudinarias congregaciones de fieles de todo el país, en busca de favores del Santo Patrón o del cumplimiento de ‘promesas’ por concesiones recibidas.


-VI-

Al remontar la vía en sentido inverso hasta Restauración, para desde allí continuar nuevas rutas por los caminos de la Patria, las experiencias del viaje nos dejan como amarga enseñanza la imperiosa necesidad de tomar acciones urgentes que vayan en auxilio de las poblaciones que cada día ven agotados sus esfuerzos sin lograr la realización de las ansias y expectativas a que tienen derecho como seres humanos, como ciudadanos y como hijos de esta tierra.

Hay que asumir medidas heroicas que conlleven un cambio de rumbo en el devenir de la frontera. Los gobiernos de ambas naciones deben elaborar acciones conjuntas en apoyo a la agricultura, creación de fuentes de empleo, reforzar los planes de salud y educación, incentivar el deporte y no desmayar en la aplicación de las medidas de mano dura para frenar la deforestación.

Aplicando ciertas dosis de pragmatismo y de buen juicio, podría ser atinado acoger la sugerencia que alguien alguna vez hiciese, de disponer una porción de los cuantiosos recursos estimados para echar a andar el engavetado proyecto de construcción de la Carretera Cibao-Sur, que de manera reiterada ha sido desestimado, atendiendo, supuestamente, a valoraciones de preservación ecológica en el área de influencia del fallido proyecto. A tono con dicha propuesta, con solo una parte de los citados fondos se procedería a reparar y acondicionar nuestra Carretera Internacional, y con ello se garantizaría el tránsito rápido y seguro y la conexión directa entre las regiones norte y sur del país, en una zona que cubre mayor espacio territorial y resuelve con mayor amplitud las necesidades de las poblaciones mas empobrecidas. A la vez, tranquilizaría las inquietudes ecológicas de aquellos que se oponen al trazado y desplazamiento del fallido proyecto Cibao-Sur.

La propuesta es a todas luces atinada y pienso que con un poco de buena voluntad podría canalizarse su puesta en vigor.

Con los debidos arreglos y adecuaciones, estimulando la instalación de la infraestructura de servicios que demanda el continuo flujo de desplazamiento humano y funcionando en todo el sentido de la palabra como una verdadera vía de comunicación entre ambas naciones, la Carretera Internacional podría convertirse en el detonante que atraiga a la región fronteriza las obras de inversión que requieren con urgencia sus pobladores, a la vez que facilitaría el surgimiento de un movimiento comercial derivado de la interacción vehicular generada por el turismo y la comunicación ágil y segura entre el norte y el sur en toda la isla.

Hay que desechar pesimismos y desalientos, concertar intenciones solidarias y arrimar el hombro para dar inicio, sin mayor dilación a una gran jornada en apoyo de nuestros hermanos de estas olvidadas latitudes.

sergioreyII@hotmail.com
07/20/2009. 0:12 a.m.; NYC

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