GARZAS ANDARIEGAS.-

domingo, junio 7

Enviado por: Sergio Reyes II.







Aún no se ha disipado la bruma que envuelve por la mañanita las taciturnas calles de Dajabón y ya se las ve, remontando vuelo, en riguroso orden marcial, cual cadetes de Academia, de blanco, convocadas para algún magno evento.

En garboso vuelo, que apenas altera la dinámica pueblerina, marchan animosas rumbo al Oeste, concentradas en los indescifrables temas de su agenda, y nos dejan prendida en el pecho la candelita de la curiosidad.

Van galopando alocadas las horas del día. Ha pasado el mediodía y corto nos ha quedado el tiempo para envolvernos en la ejecución de las mil y una tareas idealizadas en los fríos días de nostalgia, allende los mares. Así, fuimos pasando, de un rico y apetitoso desayuno, donde Mélida, hasta incontables visitas a familiares y amigos, paseo de reconocimiento por el romántico parque, antiguas calles y nuevas barriadas (cuánto ha cambiado mi pueblo!!), una paradita técnica en Deli-López o El Chamisco, para recargar las pilas y echarle el ojo a las muchachas, y, nuevamente, a reformular rutas y destinos. Nostalgias de trotamundo, con ansias de sentir de nuevo el calor humano, el suave olor de la campiña y la amena convivencia con los amigos de ayer, de hoy y de siempre.

Le observé, escudriñando el cielo, oteando el horizonte, a la espera de un nosequé. Su absorta mirada, ventana abierta, como sus puros sentimientos, a las más francas y diáfanas confidencias, dejaba entrever el intenso brillo que antecede a la ocurrencia de una infantil travesura.

Todos los allí presentes pudimos percibir el mutismo y ansiedad que embargaba a aquel fraterno camarada.

–“Cosas de poeta loco –dijo Claudio-; Déjalo, que ahorita se le pasa!!”-

Y no estaba muy errado quien así se pronunciaba, porque en breve, como el novio que, de pie ante el altar ve llegar a la futura esposa en limosina, aquel impaciente amigo levantóse del asiento y, señalando en la distancia, por encima de la frondosa arboleda de yamaguíes, hacia algo que sólo el intuía, inundado de alborozo repitió una y otra vez:

-“Por allá vienen las garzas!!”-

Y, en efecto, sobrevolando a escasa altura, bandadas blanquecinas de frenéticas y dicharacheras garzas inundaron de repente el espacio, en un impresionante y memorable espectáculo con el que cada tarde, al caer el sol, la naturaleza premia y engalana a Dajabón.

Con sus garbosas y estilizadas siluetas recortadas contra el imponente sol crepuscular que se pierde, allende el Masacre, las garzas regresan de su enigmática andanza, muy ajenas de saber el alboroto que dejan a su paso y las mil y una conjeturas que provoca su desplazamiento.


Y se diseminan en los confines de la Patria, la misma que las vió partir, en la mañanita, y que, sin reproches ni reclamos, les acoge de nuevo, amorosa y comprensiva, como una Madre Buena.

Viajaran, acaso, como traviesas linieras exponentes de la chispeante coquetería local, compelidas por las urgencias de complejos rituales de cortejos, apareamientos y construcción de colectivos nidos para procrear y acoger los huevos que han de reproducir la especie?

Remontarán los cielos, tal vez, en busca de saludables alimentos que no estén contaminados o con menor incidencia de abonos, fungicidas y yerbicidas, que podrían afectar su frágil y vulnerable equilibrio ecológico?
No nos es dado hurgar en los insondables motivos de la Madre Natura; pero, interpretaciones sublimes, impregnadas del dulce encanto que envuelve a la poesía, de seguro pasaron, como ramalazo fugaz, por la lúcida mente de mi amigo, mientras nos contagiaba con su infantil alegría, aquella tarde, tras el paso rutilante de las fugaces viajeras. El, que es un artesano de los versos, de la rima y las metáforas, sabrá explicar mejor que yo, la intrínseca belleza que se esconde en el vespertino ritual de las impolutas habitantes de nuestro terruño.

Y es que, para intentar explicar el delicado encanto de esa avalancha platinada, en majestuoso vuelo y puntualidad meridiana por los cielos de Dajabón, hace falta algo más que hilvanar palabras, porque, más que contadas, las cosas bellas, que enternecen el espíritu, merecen ser cantadas.

Y para cantar, declamar y poner aliento en la poesía, Chío!

Por ello, hoy le pido, le suplico, al fraterno amigo, al incansable trabajador cultural dajabonero, al defensor intransigente de las inigualables expresiones del folklore liniero y fronterizo, al sublime poeta que todos le reconocemos ser, a Rubén Darío Villalona, le imploro que, imbuido del divino éxtasis de la creación, como amante de las artes, tome la lira de Calíope en préstamo, y, pulsándola, nos regale, convertido en poesía, lo que vieron sus ojos, aquella tarde, al pasar por Dajabón esas garzas andariegas.


06/04/2009. 1:00 a.m.; NYC.

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