ALTAR VOTIVO … de la Patria?

domingo, junio 28

por Sergio Reyes II

La historia nacional contiene aleccionadoras experiencias que indican el oscuro derrotero que han tenido que trillar aquellos que durante un tiempo han pisoteado a su antojo los sagrados e inalienables principios que rigen la vida en sociedad.

De los esclavistas, anexionistas, usurpadores y tiranos ya casi nadie se acuerda. El tribunal de la historia les reservó un lúgubre e indeseable asiento en los antros del averno, en donde ha de pudrirse su memoria, en la más oscura soledad, sin seguidores que les añoren a sinceridad y sin ideologías viables de ser continuadas, en la práctica y en la mentalidad de los pueblos. Subyace, apenas, uno que otro émulo aferrado a un irrepetible ayer que, predicando en logias huérfanas de seguidores, pretende revivir viejas glorias de ‘eras’ felizmente sepultadas en desconocidos e inciertos rumbos.

Subyacen, también, para escarnio y vergüenza de las generaciones que sobrevivieron a la ignominia y las que han ido floreciendo en el prado ya libre de guijarros y espinas, las obras físicas, monumentales, abominables, con cuya ampulosidad, día por día, el nefasto pasado parece burlarse de todos nosotros.

Están en todas partes. En cualquier lugar del horizonte hacia donde intentemos dirigir la mirada. En algunos casos, a la entrada principal o en lugares estratégicos de las poblaciones y ciudades, para que todo el mundo se postre ante ellas, como en los tiempos de antaño, de ostentación y poderío de los faraones, emperadores y conquistadores. Efigies, bustos, estatuas ecuestres, edificios públicos, puentes, obras viales, tarjas nombrando plazas y lugares. Y también casas señoriales, en casi todas las ciudades importantes del país, que sirvieron como lugar ‘de descanso’ del ‘Jefe’ y encubrían la celebración de pervertidas bacanales y el festejo de innombrables fechorías en detrimento de desafectos o simples ciudadanos inconformes con el status quo. Regiones, pueblos y ciudades. Todo un país etiquetado. Señalizado. Escarnecido. Encadenado.

Algunas fueron derribadas por la ira popular, hastiada de soportar una azarosa existencia de 31 años de genuflexión y oprobio. La ola humana, cual río desbocado, arrancó chapas, demolió estructuras, embadurnó telares y redujo a cenizas todo aquello que pudo ser arrojado a las llamas purificadoras del fuego.

Voces comedidas, portadoras de un discurso conciliador y desarrollista lograron hacerse oír en medio del ensordecedor desconcierto de las masas enardecidas e imponer la cordura. Había que preservar, para ser usadas en beneficio de la reconstrucción de la Nación, aquellas obras físicas que pudiesen servir de albergue a las instituciones motoras de la Nueva República que habría de constituirse con el concurso de todos los elementos de mentalidad democrática.

Estructuras gigantescas, que surgieron como culto al poder autocrático y para alimentar la enfermiza megalomanía anidada en las enloquecidas redes neuronales del déspota, hubieron de experimentar, a partir de concienzudas y juiciosas adecuaciones, un cambio en su enfoque, en la finalidad de sus objetivos, en el uso que habría de dárseles, … y en sus nombres.

De tal suerte, un obelisco faraónico con el que se patentizó el bochornoso cambio de nombre de la Ciudad Capital, para que pasara a honrar, por siempre, las ‘glorias’ de la Tiranía, además de serles retiradas las infamantes placas y leyendas que conmemoraban la ‘gesta’, experimentó un cambio sustancial en su fachada, sus usos y esencias, convirtiéndose en un emblemático espacio popular, abierto al libre pensamiento y al pleno disfrute ciudadano.

En justo homenaje a los héroes de la Guerra de la Restauración de la República (1863-1865), fue rebautizado el portentoso monumento que, en la hidalga ciudad cibaeña de los 30 Caballeros, honraba los “méritos” del déspota y la ‘epopeya’ de su amañado y oprobioso ascenso al poder, en 1930.

El circuito infraestructural, con sus edificios, fuentes, plazas, estatuas y jardinerías, construído para conmemorar los 25 años de dominio dictatorial y que, en sí mismo, constituía una reiterada muestra del endiosamiento del tirano, exaltación de su mandato y un consentimiento cómplice de su vulgar manejo del nepotismo, también hubo de ser renombrado; y con sobrado orgullo, en vez del bochornoso sobrenombre de “Feria de la Paz y la Confraternidad del Mundo Libre”, hoy ostenta el titulo de Centro de los Héroes de Constanza, Maimón y Estero Hondo, precisamente en recordación de aquellos que, en 1959, dieron sus vidas enfrentando a la dictadura, en aras de la libertad del pueblo dominicano.

El edificio que alojó, en la Capital, los organismos dirigenciales de la entelequia con nombre de partido que contribuyó a legalizar la mayor parte de las acciones del ‘Jefe’, y a cuya cabeza estuvieron connotados miembros de la oligarquía e intelectualidad del momento, pasó a ser, en principio, asiento de las artes líricas (Conservatorio Nacional de Música) y en la actualidad, da cobijo a la principal entidad de difusión y quehacer cultural del Estado.

Igual suerte habrían de correr las sedes de dicho ‘partido’ diseminadas en ciudades y pueblos de todo el país, que sirvieron de guarida a los más nefastos y serviles personeros de la tiranía, quienes actuaban en detrimento, las más de las veces, de las vidas e intereses de sus propios coterráneos. Oficinas públicas, organismos edilicios o entidades culturales y comunitarias hoy dan calor y vida y un uso enaltecedor a estos antiguos locales del Partido ‘dominicano’, en los que antaño solo se cobijó el terror, la mediocridad y la delación.

Iguales medidas fueron tomando cuerpo, provenientes, en algunos casos, de las más altas autoridades de turno, por conveniencia política y para ‘adecuarse a los nuevos tiempos’, en otros, por iniciativas encaminadas por el Congreso Nacional u organismos edilicios a lo largo y ancho del país, o por la presión popular, que con sobrada razón y justo derecho, desprendió tarjas, borró nombres en calles, lugares y plazas, derribó recuerdos ominosos y bautizó, con los adecuados nombres, aquello que valía la pena conservar, para uso y beneficio de la colectividad.


Sin embargo, 30 años de oscurantismo, ignominia, servilismo y genuflexión no se borran de la noche a la mañana. Tampoco se esfuman en el aire los venenosos efluvios inoculados pacientemente, con malsana habilidad, en el subsconciente del pueblo dominicano y orquestado por mentes enfermizas que pusieron su maquiavélico intelecto y perversa capacidad al servicio del tirano, para elaborar un mensaje subliminal con el que las grandes masas fueron siendo arteramente adocenadas, desde la tribuna, los medios de difusión, el púlpito y las aulas.

Pero, como hemos expuesto en párrafos anteriores, la humanidad ha tenido que levantarse de sus fracasos y, en cada caso, asimilar las experiencias positivas para no reincidir en los errores del pasado.

Todo lo anterior viene a cuento porque, como quien no quiere la cosa, algunos frutos de esa ignominiosa “era”, que desgobernó la República durante más de 3 décadas, todavía perviven, impertérritos, hiriendo la pródiga tierra que los anida y la dignidad de cuantos tienen que desandar los pasos a su alrededor, ora cobijándose en su sombra, ora atravesando por sus calzadas, padeciendo, en algunos casos, la penosa condición de confundirles con estructuras de exaltación de valores patrios y excelsas condiciones morales, cuando en realidad son la reafirmación de un régimen de muerte, oprobio y engaño.

Presuntuosos Arcos de “Triunfo” y obeliscos faraónicos, que perpetúan el recuerdo de la tiranía y forman parte del nostálgico baúl de añoranzas que nos atan a nuestros pueblos, perviven en el presente.

Los hay en Barahona. En La Romana. En San Juan de la Maguana. En Villa Vásquez, … y en Dajabón. Entre otros puntos de nuestro país. El nuestro, de ñapa, tiene grabado, además del Escudo Nacional, el nombre “Altar Votivo de la República Dominicana”.

Y, para los que no lo sabían, ese arco nuestro, que tan bellos recuerdos nos trae, fué parte de los regalos con que el dictador Rafael Leonidas Trujillo Molina festejó la erección de Dajabón, en calidad de Provincia, a partir de la ejecución del genocidio perpetrado en 1937 en contra de más de 20,000 indefensos nacionales haitianos establecidos ilegalmente en territorio nacional, y muchos de ellos de manera transitoria, como parte de la mano de obra de plantaciones agrícolas o braceros del corte de la caña, lo que, bajo ningún concepto, justifica la inhumana matanza.

El mensaje subliminal del Altar Votivo evidencia la reafirmación del tirano en su condenable acción, para lo cual invoca, dentro de su perfidia, la gracia divina.

Son las amargas dentelladas de la Historia, que, aunque desgarradora, debemos hurgar en ella, para que, en pleno uso de la razón, podamos ostentar, a voz en cuelo, con entereza y valentía, el NUNCA JAMAS!

Son sus biógrafos, sus corifeos, sus adláteres, quienes lo dicen. En toneladas inmensas de nauseabundos volúmenes redactados para justificar la matanza y otros porqués de la ‘era’.

Hay que leerlos, ensuciarse las manos con ellos, para conocer las verdades ocultas y a sus actuales defensores.

Es por ello que hoy, en pleno uso de mis facultades mentales y de mis derechos civiles y políticos, expongo y planteo que, al igual que se ha hecho, en su momento, con la mayor parte de los monumentos, edificaciones y estructuras levantadas durante el régimen trujillista, en cada una de las localidades en donde se encuentran las citadas construcciones se lleve a cabo un consenso de opinión que conlleve el cambio de nombre y la esencia de dichos monumentos, y, de manera especifica, el que conocemos como El Arco de Da jabón.

Pienso que, antes que un recuerdo de oprobio y dolor para la región fronteriza, la estructura del ‘arco’ debe pasar a ser un espacio de encuentro cultural, donde florezcan las artes y los elementos autóctonos de nuestra provincia. En vez de vetustas paredes cubiertas de colores que ni siquiera se ajustan al entorno ni las variadas tonalidades que embellecen la flora y el paisaje local, deberían ser receptáculos de vistosos murales, elaborados por artistas locales, en los que se exalten los valores históricos así como la cultura y el vistoso folklore regional, tal y como se hizo, en su momento, con los obeliscos de la Capital y La Romana, el primero dedicado a honrar la memoria de las heroínas nacionales Hermanas Mirabal y el segundo, a resaltar el folklore y la historia de la región oriental de la isla.

Creo, además, que el ‘arco’ debe estar dedicado a honrar a alguien que simbolice los valores históricos, morales y personales de los dajaboneros, y, en ese sentido, pienso que, sin restarle méritos a nadie, podemos coincidir en el nombre de alguien que nos represente a todos.

Por ende, pongo en manos del Honorable Ayuntamiento, la Casa de la Cultura de Dajabón, la Comisión Nacional de Monumentos y Efemérides Patrias, autoridades provinciales y congresionales, entidades educativas y sectores de opinión, la propuesta de rebautizar el ‘arco’ con el nombre de “Portal Patriótico Ángel Miolan”.

Honrar, honra; y, a mi modo de ver, el pesado fardo de toda una vida de abnegación y sacrificios de Don Ángel, primero en la conducción de la lucha antitrujillista en largos años de cruel exilio, y luego como figura de primera línea en la instauración y sostenimiento de la Democracia, poniendo siempre en alto y ostentando con orgullo su condición de dajabonero, en cada uno de los escenarios en que le ha tocado participar, le hacen merecedor de ese humilde homenaje de parte de su pueblo.

De tal suerte que, con sus años y el pelo cubierto de blanco, al llegar de visita a su pueblo y pasar frente al arco no tenga que bajar la vista, abochornado por saber que, en la práctica, todavía -y sin quererlo- seguimos honrando al tirano.

Para algunos, quizás, estas sean tan solo unas divinas locuras, pero, no hay que perder de vista el horizonte; al fin y al cabo, los grandes logros de la historia de la humanidad siempre han estado cifrados en ellas

sergioreyII@hotmail.com
06/23/2009. 8:00 p.m. NYC

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