UN MEMORABLE DISCURSO.

viernes, diciembre 4


La inauguración de un plantel escolar había sido el motivo para congregar a los pobladores de aquel distante caserío fronterizo y otras comunidades aledañas. Se hablaba también de conmemorar un episodio épico de la historia republicana, iniciado precisamente allí, en Capotillo, cien años atrás y acorde con esa intención, se daría curso al develizamiento de una tarja que dejaría patentizado la importancia histórica de la citada gesta y el agradecimiento del pueblo a los adalides que encaminaron tal hazaña.

Un espigado pendón, posicionado junto al recubierto monumento, se destacaba por encima de cualquier otra estructura a la espera del momento en que fuese colocada en su posición mas encumbrada la tricolor bandera con que se veneraba el lugar, la gesta allí iniciada y a los que la condujeron denodadamente hasta alcanzar la gloria del éxito.


Otro elemento no menos importante bullía en el animo de los congregados: la inmensa curiosidad por conocer y ver de cerca, la mayoría por primera vez, al primer Presidente elegido libremente luego de un largo período de oscurantismo y represión, a la sombra de la dictadura trujillista.

La suma de todos esos esfuerzos y afanes habría de concretizarse aquella mañana cuando, ataviados con sus mejores vestimentas y ‘remúas’, los habitantes de Capotillo, Pueblo Nuevo, La Peñita y todos sus alrededores, asistieron a escuchar y mas que escuchar, a ver, a aquel que encarnaba las ansias de redención de la Patria, recién liberada de una oprobiosa pesadilla que le había mantenido sojuzgada y de rodillas por mas de 30 años.

Allí se daban cita Pueblo y Gobernante, Historia y Nación, para rendir homenaje a los gallardos hombres que habían iniciado y sostenido hasta el final la gloriosa jornada épica de la Guerra de la Restauración y ante los cientos de curiosos presentes, haciendo galas de sus prodigiosas dotes de Maestro, el Presidente Constitucional Juan Bosch pasaba balance de la trascendental importancia de la gesta histórica cuyo Centenario allí se conmemoraba.

Como azorados escolares, aquellos humildes campesinos acostumbrados a la ruda ocupación agrícola y al tosco, grosero y atiplado timbre de mando de odiosos ‘Jefes’ y cabecillas de ‘eras’ y gobiernos felizmente sepultados, escuchaban con asombro y expectación aquella que posiblemente fuera para ellos, si no la primera, por lo menos la más memorable lección de Historia Dominicana jamás escuchada.


-II -

Con su enérgico, preciso y aleccionador estilo, sin estridencias ni aparatosos montajes teatrales ni la inducción de humillantes muestras de adhesión motivadas en la coerción, el ‘Profesor’ fue llevando a sus ‘alumnos’, como si leyese un libro de cuentos, por pasajes de significativa relevancia en la historia republicana, en un enfoque directo y casi paternal, desprovisto de manejos amañados y acomodaticios.

Aquellos Catorce héroes que cien años atrás habían penetrado a territorio nacional y se habían establecido en Capotillo para, desde allí, comenzar la Guerra Restauradora, representaban la esencia de un pueblo “que no había participado en el hecho histórico de que la República dejara de ser República para pasar a ser territorio dependiente de España”, decía en su discurso el ilustre gobernante y a seguidas recalcaba que, a ese pueblo nuestro “ ( ... ) no le importaba cuántos cañones, ni cuántos barcos de guerra, ni cuántos miles de hombres, ni cuántos oficiales bien preparados podían combatir aquí contra ellos” ... ; y es por ello que, desde el momento mismo en que Pedro Santana declaró la anexión, “ ... desde ese momento el pueblo dominicano comenzó a combatir para restaurar su República”, -continuaba explicando el Presidente.

Cual si fuesen escenas de cinematógrafo, aquel azorado auditorio vio pasar por su mente escenas de luchas heroicas, de enconados lances, y de iniciales fracasos. Y en las sabias palabras del Maestro, escuchó, quizás por primera vez, que ‘en la vida de los hombres de acción, sean guerreros, libertadores, sean políticos, sean agricultores, sean industriales, una derrota no significa sino eso: una derrota’; y que a una derrota le pueden sobrevenir innumerables victorias porque ‘al hombre de acción (...) no se derrota nunca mientras esta vivo’;

Por ello -agregaba-, aquellos dominicanos que habían tenido que huir de las huestes españolas, a causa de los fracasos iniciales, a partir del 16 de Agosto ‘no volvieron a huir mas, y desde aquí fueron de triunfo en triunfo, pasando por los incendios de Guayubín y de Santiago y Moca, hasta volver a colocar la bandera de la cruz blanca en el Homenaje de la Capital de la República, en señal de que habían restaurado esta Patria que Pedro Santana entregó, y que ellos rescataron y devolvieron al mundo de las naciones libres’.

Al decir de aquel impresionante expositor que con lenguaje llano y preciso se dirigía a aquellas masas de humildes campesinos de la frontera dominicana, ‘la Guerra Restauradora es el acontecimiento histórico más importante de la República Dominicana (...) porque en el tomó parte directa, activa y principal el propio dominicano. No fue una guerra hecha por caudillos, fue una guerra hecha por el pueblo. Aquella fue, en fin, una guerra que , además, ‘hizo caudillos a los que probaron durante los catorce meses de la acción que eran más bravos, más capaces y más desinteresados al servicio de la causa de la libertad’; también proyectó con estatura de gigantes a un sinnúmero de hombres y mujeres del pueblo, entre los que ‘había peones y sastres, y zapateros, y las armas con que contaban eran especies arrancadas de las cercas de los campos, piedras y pedazos de madera que habían afilado como lanzas.’

Ese pueblo ‘fue el que entró en Santiago ( ...) a principios de Septiembre( ...) para sitiar la ciudad y quemarla antes que dejarla esclava en manos españolas; ( ... ) de esa lucha de catorce meses contra un ejército bien disciplinado y bien equipado salieron hombres de la categoría de Gregorio Luperón; salieron hombres que desde 1865 hasta el final del siglo pasado, gobernaron en este país y lo hicieron progresar de manera asombrosa, porque la guerra restauradora no fue solamente una guerra para libertar a la República Dominicana y para restaurarla, sino que fue una guerra revolucionaria, y después que terminó y los hombres que la dirigieron alcanzaron el poder, de esa guerra salieron ferrocarriles, y los cables interoceánicos y los vapores y la luz eléctrica, y los centrales azucareros, las primeras manifestaciones de verdadero progreso que tuvo la República Dominicana’.

Y de manera tajante y vertical, aquel expositor enfatizaba que si aquella égida había dado hombres del temple citado, que habían dirigido una revolución que después se agotó para terminar en una tiranía (la de Ulises Heureaux -Lilís-), ‘... la responsabilidad de ese agotamiento y de esa tiranía final no puede caer sobre los hombros de quienes hicieron la guerra en Capotillo y la convirtieron después en un régimen progresista’; y a seguidas añadía que, ‘... así como la responsabilidad mayor de la guerra estuvo en el pueblo, la responsabilidad mayor del fracaso del régimen político que produjo la Restauración, está también en el pueblo porque una democracia no se sostiene si no hay un pueblo que la practique y la defienda; no puede surgir un tirano donde haya un pueblo dispuesto a defender la Libertad.’

Aquellas eran, en efecto, demoledoras palabras, dirigidas con la emotividad de la fecha y el momento a un asombrado auditorio poco acostumbrado a escuchar mensajes tan directos y ejemplificadores, expresados en lenguaje llano y sincero.

A continuación, el ilustre estadista que surgió como resultado de la voluntad libérrima del pueblo dominicano expresada en el primer certamen electoral verdaderamente democrático en casi 40 años, dedicó algunos párrafos de su discurso para expresar la intención de su gobierno de rendir homenaje a los Héroes de Capotillo, en la clara consciencia de que si aquellos prohombres ( ...) ‘no hubieren hecho libre esta República, el pueblo no hubiera sido libre para elegir libremente un gobierno constitucional’. Y enfatizaba que, al cabo de cien años, a pesar de las adversidades, los tropiezos y las recaídas, el árbol sembrado por los restauradores estaba dando frutos, parte de los cuales era la sagrada libertad de ‘poder ir libremente a las urnas para escoger a quien el pueblo haya querido -el mejor o el peor, no importa- pero a quien el haya querido’

Casi al final de su discurso, el Profesor Juan Bosch arengaba que aquel no era momento de hablar de los sucesos políticos actuales ‘sino de pensar unidos, en silencio y con gratitud en el ejemplo de los hombres gracias a los cuales nosotros podemos reunirnos hoy aquí, y nosotros podemos llamarnos dominicanos’.

-‘Ellos se unieron resuelta y válidamente contra un enemigo poderoso; los dominicanos deben unirse y luchar resuelta y valientemente contra la miseria, contra la ignorancia, contra la maldad, contra la enfermedad-’ y agregaba a seguidas que si aquellos patriotas conquistaron la libertad nacional, para disfrute de todos los dominicanos, las generaciones del presente debían darle a esa libertad nacional la sustancia necesaria para que el pueblo pudiese figurar con orgullo entre los pueblos libres de América. “ ... Esa sustancia es la Justicia Social”.

- III -

Quien así se expresaba, lo hacía con la plena conciencia de los males y penurias que aquejaban a la Nación Dominicana y la necesidad de tomar medidas urgentes desde la alta dirección del Estado para ayudarla a salir del atraso moral, económico y social en que se encontraba. Las medidas y disposiciones asumidas a partir de su ascenso al poder, la puesta en vigor de una Carta Constitucional de connotados ribetes progresistas y populares, el manejo pulcro y honesto de los asuntos de Estado y un desenvolvimiento personal acorde a elevadas dotes de probidad, decoro y ecuanimidad, hacían de este gobernante la persona adecuada para dirigir la nave del Estado hacia destino seguro, en el endeble y delicado proceso de transición política por el que transitaba.

Sin embargo, no todos pensaban así: largos años de Tiranía, Mandonismo y Manejos Turbios habían amañado gentes y mentalidades y habían impuesto estilos y procedimientos corruptos en los que descansaba el accionar de las instituciones. Familias de abolengo, cuyos apellidos nadaban en el fango de la recién decapitada tiranía y contaban con fortunas levantadas a costa del hambre y la represión padecidas por todo un pueblo conspiraban contra Bosch y su gobierno, en todo el ámbito de la Nación, ansiosos por regresar al status quo añorado.

Para ello, contaban con la aquiescencia del gobierno de los Estados Unidos, que a través de su representación diplomática y el cuerpo de ‘Agregados Militares’ en el país facilitaba el sucio trabajo de quinta columna en contra de la joven democracia dominicana, al tiempo que en público presentaba fementidamente, una hipócrita imagen de apoyo y solidaridad para con el gobernante criollo.

Y haciendo uso del innoble aprendizaje de los turbios años del Trujillato, el ejército y sus más connotados cabecillas conspiraban solapadamente en contra del régimen al que habían jurado apoyar y defender.

Muy lejos estaba Bosch de sospechar que aquella mañana del 16 de Agosto de 1963, en Capotillo, mientras dirigía a la nación uno de sus mas memorables discursos de alto contenido patriótico y civilista, a poca distancia de allí, en la comunidad de Don Miguel, se ejecutaban medidas concretas de alta traición y sedición, con las que se buscaba hacer estallar una crisis político-militar, con ribetes de confrontación internacional, que enfrentase a nuestro país con el régimen de turno en el hermano pueblo de Haití y propiciase el caldo de cultivo para la ejecución de una asonada golpista que echase por el suelo las esperanzas de progreso del pueblo dominicano.

A su lado, jurándole una engañosa lealtad y deshonrando el uniforme estaban aquel día los artífices de esa burda patraña, empapados en sudor por lo extenso del discurso, acicateados por la apremiante urgencia de sacar al gobernante de aquellos contornos, disipando así la remota posibilidad de que éste pudiese entrar en conocimiento, de forma casual, de las maquinaciones que se urdían a sus espaldas.

Aquel Presidente Constitucional de pelo blanco, mirada profunda y lenguaje llano, concluyó su discurso, inauguró las obras y monumentos que tenía en agenda y compartió por unos instantes, con la brevedad impuesta por la inusual e inexplicable prisa de su séquito militar, con los funcionarios, personalidades y campesinos allí congregados; Y luego de repartir, como era -y es- norma entre los gobernantes, algunos obsequios y comestibles entre la humilde comparecencia, partió hacia la Ciudad Capital, de vuelta a sus altos asuntos al frente de la Primera Magistratura de la Nación.

Desde las sombras, hábiles y arteras manos seguían moviendo los hilos que accionaban la intriga, la sedición y la intolerancia: la Caja de Pandora había sido abierta y el pueblo estaba a punto de ver frustradas, una vez más, sus esperanzas de redención y progreso.

- IV -

Los convidados al acto partieron de regreso a sus predios y caseríos, henchido de orgullo el pecho por las valiosas lecciones de historia escuchadas aquel día, y más que nada, por haber conocido, en palabras de aquel brillante ‘Profesor’ el determinante rol protagónico jugado en dicha jornada por su distante región fronteriza y sus bravos guerreros.

A su paso, el eco proveniente del altiplano del Cerro Capotillo o las cantarinas aguas del Arroyo Manatí, parecían repetir, impregnadas de una inquietante melancolía, las proféticas palabras de aquel Presidente Bueno:

-“ Sin la facultad de elegir libremente, no hay soberanía popular, y si no hay soberanía popular, la democracia es una mentira”-,

-“ Una Democracia no se sostiene si no hay un pueblo que la practique y la defienda”-,

-“No puede surgir un tirano donde haya un pueblo dispuesto a defender la LIBERTAD”.


( * ).- Los textos entrecomillados forman parte del texto original del discurso pronunciado por el Presidente Constitucional Profesor Juan Bosch en Capotillo, el 16 de Agosto de 1963.

por Sergio Reyes II

sergioreyII@hotmail.com
12/02/2009; 3:36 p.m. NYC

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